Skip to main content

Full text of "Elojio del profesor de filosofía Dr. D. Luis José de la Peña [microform] : discurso pronunciado por el rector de la Universidad de Buenos Aires"

See other formats


NOTICE:  Return  or  renew  all  Library  Materialsl  The  Mínimum  Pee  for 
each  Lost  Book  is  $50.00. 

The  person  charging  this  material  is  responsible  for 
its  return  to  the  library  from  which  it  was  vvithdrawn 
on  or  before  the  Latest  Date  stamped  below. 

Theft,  mutilation,  and  underlining  of  books  are  reasons  for  disciplí- 
nary  action  and  may  result  in  dismissal  from  the  University. 
To  renew  cali  Telephone  Center,  333-8400 

UNIVERSITY    OF    ILLINOIS    LIBRARY    AT    URBANA-CHAMPAIGN 


1,161—0-1096 


^;B»S 


;í^ 


iJt~  •      .     r- 


%:.. 


EL  OJIO 


DEL  PROFESOR  DE  FILOSOFÍA 


D;  D.  LUIS  JOSÉ  DE  LñPEli 


DlSCURSsd  PRONUNCIADO   POR   EL  ReCTOR   DE   LA 

Universidad  de  Buenos  Aires 
D/  JUAN  MAEIA  GUTIEKREZ. 

Con   motivo  de  la  apertura  de  aquel  establecimiento,   el  dia 
1.  =  de  Marzo  de  1871, 


B  ü  E  N  O  S    A  I  R  E  S 

Imprenta   y  Librería  de   Mayo,   calle  Moreno  núm.  241 
Plaza  de  Monserrat 

18  7  1. 


S 'av-í««TPl!w:íS''^«  ~s^ 


pp,:^^^,,-  :;75í-:f3?*T:?i'f'?s5g!r«'i^gg^^ 


ELOJIO 


DEL  PROFESOR  DE  FILOSOFÍA 


D;D.  LUIS  JOSÉ  DE  LA  peía. 


Discurso  pronunciado  por  el  Rector  de  la 
Universidad  de  Rueños  Aires  ' 

D/  JUAN  MARÍA  GUTIÉRREZ. 

Con   motivo  de  la  apertura  de  aquel  establecimiento,   el  dia 
1.  c  de  Marzo  de  1871. 


BUENOS    AIRES 

Imprenta   y  Librería  de   Mayo,   calle  Moreno  núm.  241 

Plaza  de  Monserrat 

18  7  4.. 


u 


^■3 


p,9U^^ 


/\/\AAAAAAi^A/\/\/\AA/\AA/\/\/VA,/%/%Ay\/sr\^v\/\/%r\/Nn.ru^/VA,/%/N/\/\rv.^ 


Señores 


^ 


"N\ 


^  El  Reglamento  que  nos  gobierna  me  impone  el  de" 

o-'"  her  de  dirigir  la  palabra  al  honorable  é  interesante 
auditorio  que  me  dispensa  su  atención  en  cada  prime- 
ro de  Marzo.     En  estas  ocasiones  vuestro  espíritu  y  el 

^^  mió  se  sienten  p.oseidos  de  iguales  sentimientos,  de 

^  ideas  casi  idénticas;  porque  volviendo  á  esta  casa  de 

^15;^  estudios  después  de  una  temporada  de  descanso  y  de 

Q  esparcimiento  del  ánimo,   ansiamos  por  entregarnos 

"^-  nuevamente  al  cultivo  de  los  conocimientos  eíementa- 

5  les  y  de  las  ciencias  que  abriga  en  su  seno  la  Univer- 

'  J  sidad.  En  este  sentido  siempre  me  ha  sido  grato  cons- 
o  tituirme  en  intérprete  de  vosotros  mismos,  ocupándo- 
te me  de  honrar  el  estudio;  de  estimular  al  trabajo  en  la 
J  carrera  ardua  de  las  facultades  madores;  de  mostrar  la 
-  conexión  íntima  que  guardan  entre  sí  todos  los  cono- 
<^  cimientos  humanos,  y  la  necesidad  de  comprenderlos 
r¡  en  un  plan  bien  ordenado  de  estudios,  sin  esclusion 
^^ff  de  uno  solo;  de  recordar,  en  fin,  bajo  mil   formas  y 


I»-"ll«.'.-i)i 


_  4  _ 

maneras,  que,  el  término,  la  aspiración  final  de  una 
cultura  sana  del  entendimiento,  es,  la  mejora,  la  per- 
fección moral  de  nuestra  naturaleza — la  cual  consiste 
en  el  sentimiento  de  la  dignidad  de  hombre,  en  la  po- 
sesión de  un  carácter  leal,  en  las  virtudes  del  ciuda- 
dano y  en  el  amor  á  las  instituciones  que  garanten  la 
libertad. 

Hoy  debo  hacer  un  paréntesis  á  estas  predilectas 
materias  de  mi  conversación  oficial  de  algunos  minu- 
tos con  mi  auditorio.  La  obligación  y  la  gratitud  me 
llevan  al  pié  de  una  tumba  reciente  en  donde  descan- 
san ya  en  paz  setenta  años  afanosos,  consagrados  en 
su  mayor  parte  á  acumular  riquezas  intelectuales,  no 
para  atesorarlas  como  el  egoísta,  no  para  engalanar 
con  ellas  una  personalidad  vanidosa,  sino  para  derra- 
marlas como  aguas  de  salud,  como  aromas  preserva- 
doras  de  la  vida  del  alma,  sobre  la  cabeza  de  la  juven- 
tud amiga  del  estudio. 

Veis,  señores,  como  vamos  poco  á  poco  ro- 
deándonos de  las  imájenes  de  aquellos  que  desde  la 
silla  del  profesor  ó  del  magistrado  han  merecido  bien 
de  la  posteridad  estendiendo  el  círculo  de  la  instruc- 
ción pública.  (J)  Esa  es  la  galeria  de  nuestra  nobleza; 
esos  son  los  héroes  dignos  del  preferente  amor  del 
republicano,  que  es  por  excelencia  amigo  de  la  paz, 
de  la  ley,  y  de  la  persuacion,  fuerza  inmaterial  pero 
mas  poderosa  que  el  acero.  Pues  bien:  mientras  que 
el  pincel  del  artista  no  nos  ofrezca  al  lado  de  la  de 

1.     AIiisio:i  á  los  retratos  reunidos    en  el  síihm   principal  de  la  Uni- 
versidad. 


—  5  — 

sus  compañeros  de  misión,  la  imájen  del  hombre  que 
acaba  de  perder  la  Universidad,  permitidme,  señores, 
que  sin  exajeracion  y  con  la  sencillez  con  que  se  es- 
presa la  verdad,  os  trace  algunos  rasgos  de  la  vida 
del  que  fué  hasta  ahora  pocos  dias,  nuestro  profesor 
de  Filosofía  y  de  Literatura,  y  bajo  cuyo  nombre  pue- 
den escribirse  sin  lisonja  las  palabras  del  poeta:  non 
omnia  morior. 

El  Doctor  Don  Luis  José  de  la  Peña,  considerado 
bajo  el  punto  de  vista  en  que  ahora  se  nos  presenta, 
es  una  de  las  mas  antiguas  inteligencias  porteñas  des- 
pertadas á  la  luz  de  la  época  nueva  con  la  erección  de 
la  Universidad  de  Buenos  Aires.  Él  habia  terminado 
sus  estudios  según. las  viejas  disciplinas  escolares,  en 
los  Seminarios  de  esta  ciudad ,  en  el  colegio  de  San 
Carlos  y  en  la  Universidad  de  Córdoba.  Era  filósofo, 
era  teólogo,  sabia  de  memoria  las  institutas  de  Justi- 
niano;  pero  estos  conocimientos  que  apenas  le  habili- 
taban para  desempeñar  las  funciones  y  deberes  del 
sacerdote  ilustrado,  dejábanle  un  vacio  que  mortificaba 
su  espíritu  haciéndole  dudar  de  la  importancia  y  utili- 
dad de  la  ciencia  trasmitida  por  sus  maestros.  Al 
Dr.  Peña,  cujos  instintos  aventajados  habían  conduci- 
do á  esta  situación  desconsolada,  tocóle  la  fortuna  que 
hasta  entonces  habia  sido  negada  á  aquellos  de  sus 
antecesores  que  pudieron  hallarse  en  situación  análoga. 
Un  simple  decreto,  una  idea  bajo  la  forma  de  dispo- 
sición gubernativa,  vino  á  confirmarle  en  la  sospecha 
que,  las  ciencias,  no  son  ni  verdad  ni  elemento  de 
progreso  social,  mientras  no  son  razonadas,  aplicadas. 


■'«^5?' 


—  6  — 

auxiliadas  unas  por  otras,  y  enseñadas  por  métodos 
que  constituyen  por  sí  solos  un  ramo  especial  de  los 
conocimientos  humanos. 

Todo  esto  reveló  á  los  espíritus  del  temple  del  que 
Dios  habia  concedido  al  Dr.  Peña,  el  plan  de  estudios 
de  la  Universidad,  cuando  esta  abrió  sus  puertas  (allí 
mismo  donde  habia  imperado  el  escolasticismo)  y  mos- 
tró sus  gabinetes  esperimentales,  su  museo  de  historia 
natural,  sus  observatorios,  sus  métodos  lógicos,  sus 
libros  elementales  propios  y  redactados  espresamente, 
y  sus  dignos,  celosos  y  esperimentados  profesores,  al- 
gunos de  los  cuales  se  habían  señalado  en  Europa  no 
solo  por  su  saber  y  talentos  sino  también  por  sus  vir- 
tudes. 

En  aquel  palenque  que  se  abria  á  la  actividad  de  la 
inteligencia,  todas  las  ciencias  militaban  de  consuno, 
confundíanse  armoniosamente,  se  completaban  ayudán- 
dose para  llegar  á  un  fin  que  entusiasmaba  los  corazo- 
nes y  los  abria  á  la  esperanza  de  un  estado  social  mas 
perfecto  que  el  pasado. 

El  Dr.  Peña  que  poco  antes  de  los  días  á  que  me 
refiero,  habia  concurrido  como  opositor  á  la  clase  de 
Filosofía  del  Colegio  de  la  Union  del  Sud,  en  que  se 
habia  trasformado  el  de  San  Carlos,  aceptando  como 
contendor  á  un  hombre  de  genio,  al  Dr.  D.  Juan  Cri- 
sóstomo  Lafinur,  tan  inspirado  como  sin  ventura;  tomó 
la  discreta  resolución  de  convertirse,  en  verdadero  dis- 
cípulo de  la  Universidad  naciente  y  se  resignó  á  pedir- 
la la  ciencia  que  conocía  le  faltaba. 

Igual  trasformacion  habia  espcrimentado  otro  porte- 


•^'-'^W 


ño  que  se  ilustró  cultivando  las  matemáticas,  contem- 
poráneo y  amigo  del  Dr.  Peña.  Existia  entre  ambos 
una  diferencia  proveniente  de  la  índole  de  las  cien- 
cias á  que  se  habian  consagrado,— el  uno  por  predi- 
lección, el  otro,  tal  vez,  por  consideraciones  de  fa- 
milia y  condescendencia  de  buen  hijo.— D.  Avelino 
Diaz,  que  á  este  carísimo  maestro  es  á  quien  me  re- 
fiero, pudo  disponer  y  ajustar  sus  métodos  á  los  fines 
generales  á  que  tendía  la  enseñanza  nueva,  al  mismo 
tiempo  que  enseñaba  elementalmente  las  ciencias  físi- 
co-matemáticas en  el  departamento  de  estudios  prepa- 
ratorios, y  pudo  así,  á  la  terminación  de  su  primer 
curso,  presentarle  como  modelo  de  lógica  y  de  ele- 
gante locanismo.  Pero  no  pudiendo  trillar  este  mis- 
mo camino  el  Dr.  Peña,  se  encerró  con  un  empleo 
administrativo,  en  los  claustros  del  ((ColegÍ3  de  cien- 
cias morales,»  donde  una  escogida  porción  de  jóve- 
nes de  toda  la  República  recibía  educación  literaria 
J)ajo  los  planes  y  profesores  de  la  Universidad. 

En  aquel  tiempo  era  el  Dr.  Peña  uno  de  los  hom- 
bres, de  cuantos  he  conocido,  mejor  dotado  para  de- 
sempeñar el  papel  que  por  aplicación  y  amor  á  per- 
feccionarse se  había  trazado.  Joven,  de  porte  siem- 
pre digno,  de  maneras  comedidas,  de  palabra  persua- 
siva, era  en  aquel  colegio  donde  se  formaron  tantos 
talentos  distinguidos  y  tantos  caracteres  severos  que 
afrontaron  la  tiranía,  el  punto  atrayente  hacia  el  cual 
convergían,  como  al  seno  de  un  filósofo  antiguo,  toda 
aquella  juventud  pidiéndole  solución  á  sus  dudas,  con- 
sejos para  estudiar  con  mayor  aprovechamiento,   lee- 


_/tí««-,fí^ 


—  8  — 

tura  amena,  modelos  de  buen  gusto  para  espresar  con 
corrección  las  ideas;  la  esplicacion  de  un  teorema,  la 
planteacion  de  un  problema,  el  valor  de  una  incógni- 
ta, la  demostración  de  alguna  ley  de  la  naturaleza  fí- 
sica. Él,  por  decirlo  así,  se  multiplicaba  por  .tantas 
unidades  como  eran  las  materias  del  curso  preparato- 
rio, desde  los  rudimentos  de  la  aritmética  hasta  las 
ecuaciones  algébricas,  desde  las  cuestiones  de  gramá- 
tica hasta  las  de  sicología.  En  su  cuarto,  que  era  una 
celda  sencilla,  en  el  claustro,  en  los  patios  durante 
las  horas  de  recreo,  en  todas  partes  y  á  toda  hora,  se 
le  veía  siempre  al  Dr.  Peña  rodeado  de  discípulos  ávi- 
dos de  escucharle,  deteniéndose  de  cuando  en  cuando 
para  esplicar  el  sentido  de  algún  orador  ó  algún  poe- 
ta, ó  para  trazar  sobre  el  pavimento  la  figura  de  un 
polígono  ó  de  un  volumen  para  demostrar  sus  propie- 
dades, mientras  que  el  resto  del  bullicioso  enjambre 
escolar  se  entregaba  á  pasatiempos  varoniles. 

Ya  se  comprende  cuan  atareada  debía  ser  y  cuan 
llena  la  existencia  del  joven  «Regente  de  estudios»  del 
Colegio  de  ciencias  morales,  puesto  que  para  enseñar 
le  era  forzoso  aprender,  asistir  como  simple  alumno 
á  las  clases  universitarias  y  profundizar  y  estender  con 
estudios  especiales  los  conocimientos  adquiridos  en  el 
aula  á  fin  de  poder  trasmitirlos  con  claridad  y  con  efi- 
cacia. Él  era  el  intermediario  inteligente  entre  la  en- 
señanza de  pocas  horas  de  la  Universidad  y  el  estudio 
permanente  bajo  las  bóvedas  austeras  del  internado; 
así  como  también  era  el  modelo,  el  ejemplo  práctico 
del  carácter  que  al  fundarse  la  Universidad  había  que- 


—  9  — 

rido  dar  el  gobierno  á  la  educación  pública  para  que 
esta  no  solo  produjera  sabios,  sino  ciudadanos  activos, 
hombres  despreocupados,  desprendidos  de  pequeneces 
y  errores  coloniales  y  celosos  de  la  libertad  y  del  bien 
público. 

Todo  esto  se  logró  mas  allá  de  lasesperanzas  de  los 
buenos  patriotas  que  idearon  un  plan  tan  exelente.  Los 
frutos  fueron  pingües  como  lo  atestigua  nuestra  historia 
inmediatamente  posterior  á  aquella  época;  y  si  asi  como 
fueron  precoces  y  pingues  no  fueron  mas  duraderos,  la 
culpa  consistió  en  olvidar  que  para  que  una  buenainstitu- 
cion  prospere  y  resista  los  embates  es  preciso  colocar- 
la bajo  la  protección  de  otras  instituciones  de  igual  índo- 
le. Pero  á  par  de  algunos  aciertos  adolecía  en  su  base 
el  edificio  político  levantado  después  del  año  veinte,  de 
vacíos  y  defectos  que  tarde  ó  temprano  debían  arrojarle 
por  tierra.  Por  una  fatalidad  que  no  es  del  caso 
considerar  aquí,  los  mismos  obreros  del  bien  prepara- 
ron en  gran  parte  el  advenimiento  de  un  régimen  per- 
sonal, absoluto,  que  era  la  negación  de  la  ley  como 
fué  la  mancha  de  nuestra  naciente  civilización.  La  re- 
volución militar  mató  el  civismo;  la  jeneralidad  aceptó 
al  tirano  como  garantía  del  orden,  y  unos  cuantos,  que 
como  he  dicho,  no  estaban  escentos  de  culpa  en  la  gran 
desgracia  que  humillaba  ala  patria,  salieron  para  el  es- 
tranjero  prometiéndose  pronto  regreso  á  sus  hogares, 
cuando  en  realidad  comenzaba  para  ellos  un  ostracismo 
deveinte  años. 

De  este  número  fué  el  Dr.  Peña,  Se  asiló  en  el 
Estado  Oriental  con  la  mayor  parte  de  los  prohombres 


—  10  — 

del  partido  unitario  y  siguió  la  suerte  de  estos  en  to- 
das sus  vicisitudes,  en  todas  sus  emigraciones,  en  los 
varios  destierros  en  que  incurrieron  á  causa  de  los  ce- 
los que  desde  el  otro  lado  del  rio  inspiraban  al  poder 
suspicaz  triunfante  en  Buenos  Aires.  Pero  el  Dr.  Peña 
en  donde  quiera  que  llegaba,  fuese  en  las  islas  del  Sur 
del  Brasil,  en  Santa  Catalina,  en  la  Colonia  del  Sacra- 
mento, en  Mercedes  ó  en  Montevideo,  se  consagraba  á 
la  enseñanza,  ya  como  simple  maestro  de  primeras  le- 
tras, ya  como  profesor  de  humanidades  ó  de  ciencias 
exactas,  según  las  aptitudes  de  aquellas  poblaciones  y 
las  exijencias  de  su  cultura  social. 

Este  misionero  de  la  intelijencia,  consagrado  á  der- 
ramar la  instrucción  sinla  cual  no  se  redime  el  alma,  era 
precedido  por  todas  partes  de  la  fama  de  educacionis- 
ta, no  por  que  él  se  hiciese  el  inmodesto  heraldo  de 
su  santa  vocación,  sino  porque  los  hechos  hablaban  elo- 
cuentes á  su  favor  y  se  hacian  notorios  por  la  fuerza 

de  su  virtud  misma,  como  el  aroma  de  ciertas  flores 
que  no  permite  ala  maleza  que  las  esconda  del  todo. 

El  Dr.  Peña  hacia  la  caridad  de  la  educación  según 
la  máxima  evangélica  de  que  el  bien  que  dispense  la 
mano  derecha  debe  ignorarlo  la  izquierda.  La  hacia 
sin  mira  ni  esperanza  de  recompensa,  nada  mas  que 
por  la  noble  y  esquisita  satisfacción  de  redimirinteligen- 
cias  de  la  ignorancia,  que  vale  tanto  como  salvar  con- 
ciencias de  la  inclinación  al  mal. 

Seria  largo  y  molesto  seguirá  nuestro  profesor  en 
todos  sus  trabajos  de  esta  naturaleza.  La  importancia 
y  variedad  de  los   servicios  que  prestó  á   la  juventud 


—  11  — 

puede  graduarse  por  los  diversos  trataditos  elementa- 
les que  dio  á  luz  mejorando  los  métodos  para  enseñar  á 
leer,  para  escribir  con  elegancia,  para  contar  con  pron- 
titud. Y  como  sus  aptitudes  eran  tan  variadas  como  só- 
lidas y  llenas  de  esperiencia,  cuando  el  gobierno  de  la 
defensa  de  Montevideo,  sin  desmayar  por  las  penurias 
que  le  cercaban,  quiso  apoyarse  en  las  fuerzas  morales 
y  trató  de  regularizar  la  enseñanza  superior,  recurrió  al 
Dr.  Peña  y  le  colocó  al  frente  de  un  Consejo  encargado 
de  estudiar  y  realizar  un  plan  completo  de  enseñanza 
universitaria.  El  empeñoso  profesor  llenó  satisfacto- 
riamente su  cometido:  trazó  el  plan,  distribuyó  las  ma- 
terias, escribió  los  programas,  presidió  los  concursos 
de  profesores  y  él  mismo  se  colocó  en  el  número  de  es- 
tos desempeñando  aquellas  asignaturas  que  exigían  ma- 
yores tareas. 

Refiérese  en  la  historia  de  las  letras  castellanas, 
que,  habiendo  sido  arrebatado  de  su  cátedra  un  maes- 
tro célebre  de  aquella  nación,  por  una  gran  desgracia 
política,  volvió  después  de  años  á  encontrarse  entre  sus 
discípulos,  y  dando  como  no  transcurrido  el  largo  tiem- 
po de  su  ausencia,  anudó  su  lección  con  la  que  habia 
dejado  pendiente,  diciendo  á  su  auditorio:  «  os  decía 
ayer  » . . .  Esta  serena  abnegación  que  se  recuerda  por 
los  españoles  como  distintivo  de  un  carácter  esforzado, 
me  viene  á  la  memoria  cuando  veo  al  Dr.  Peña,  des- 
pués de  un  prolongado  periodo  de  ajitada  vida  pública, 
asilarse  sin  mortificación  ni  violencia  bajo  el  techo  de 
su  casa  paterna  en  donde  su  hermano  D.  Juan,  de  ben- 
decido recuerdo,  habia  mantenido  una  exelente  escuela 


T«J'^^ 


—  12  — 

primaria.  Alli,  complementándola  enseñanza  elemen- 
tal del  maestro  de  primeras  letras,  se  rodeó  de  los  hijos 
de  sus  antiguos  discípulos  y  prolongó  para  las  nuevas 
jeneraciones  aquellos  mismos  servicios  que  prestara 
veintitantos  años  antes  á  los  alumnos  del  Colejio  de  cien- 
cias morales. 

La  antigua  vocación  se  despertó  de  nuevo  en  el 
Dr.  Peña  y  se  consagró  esclusiva  y  asiduamente  á  la  en- 
señanza con  un  entusiasmo  que  parecía  incompatible 
con  sus  años.  Volvió  á  la  Universidad,  y  aquí,  con  la 
regularidad  de  un  cronómetro,  le  habéis  visto  por  años 
enteros  asistir  diariamente  á  sus  clases,  ya  como  pro- 
fesor de  filosofía,  ya  de  literatura  así  que  comenzó  á 
ensayarse  esta  útil  enseñanza  cuyas  primeras  dificultades 
tuvo  él  la  habilidad  de  vencer  valiéndose  de  aquella  dul- 
ce atracción  que  ejercía  sobre  los  espíritus  tempranos 
éinespertos. 

Pero  esas  tareas  no  agotaban  su  celo  ni  su  activi- 
dad. El  profesor  de  la  Universidad  salía  de  sus  aulas 
para  presidir  la  complicada  administración  del  depar- 
tamento de  Escuelas;  y  el  jefe  de  este  ramo  de  la  ad- 
ministración volvía  á  convertirse  en  las  pocas  horas  li- 
bres que  le  dejaban  los  empleos,  en  maestro  privado 
de  idiomas  ó  en  director  de  los  alumnos  maestro  de  la 
Escuela  normal  que  también  tuvo  á  su  cargo.  Esta 
es  la  historia  de  la  existencia  del  Dr.  Peña  hasta  que 
agoviado  bajo  el  peso  de  la  tarea  dobló  para  siempre  la 
cabeza  sobre  los  libros  en  que  bebia  la  ciencia  para  co- 
municarla. 

Yo  no  he  hecho  mas  que    bosquejar    una  vida  tan 


—  13  — 

llena  como  meritoria:  vosotros  que  fuisteis  sus  discí- 
pulos, vosotros  que  preparáis  un  monumento  á  su  me- 
moria que  redundará  también  en  honra  vuestra,  sabéis 
cuan  atrás  he  quedado  en  el  encarecimiento  de  los 
méritos  del  Señor  Dr.  D.  Luis  José  de  la  Peña,  como 
maestro  y  como  amigo  de  la  juventud.  Yo  no  vacilo 
ni  por  un  momento  para  presentarle  como  el  modelo 
del  profesor.  Podrá  haberlos  tan  intelijeutes  como  él; 
pero  no  tan  desinteresados;  pero  no  tan  movidos  como  él 
por  los  resortes  del  patriotismo,  ni  tan  prescind entes 
de  todo  otra  idea  que  no  se  relacionase  con  el  aprove- 
chamiento del  discípulo  y  con  la  dignidad  de  la  mi- 
sión para  que  Dios  le  habia  tocado  en  el  corazón  y  en 
la  intelijencia. 

He  cumplido  con  el  deber  de  recomendar  la  me- 
moria de  uno  de  los  miembros  de  la  Universidad  que 
ha  fallecido  honrando  el  puesto  que  desempeñaba  en 
ella;  y  concluyo  deseando  para  mi  pais  que  jamás  se  in- 
terrumpa entre  nosotros  esa  serie  de  maestros  de  vo- 
cación sin  los  cuales  podrán  progresar  las  teorías 
científicas,  pero  no  convertirse  las  ciencias  en  virtudes 
para  la  sociedad.  De  estos  puede  decirse  con  Cicerón, 
que  viven  después  de   la  muerte:  mortui  vivunt.